Cuerpos en trayectos

Pierre Herrera
3 min readJan 28, 2021

El libro lleva inscrito en relieve su título: Todo lo que se mueve, y el nombre de su autora. Para notarlo paso mis dedos por encima, muevo el libro y lo veo de perfil. También lleva, a manera de fajilla, la fotografía de un escritorio en uso (¿una cabina de tren convertida en mesa de trabajo?), con libretas, libros abiertos y mapas.

Hay más: al desplegar esta fajilla descubro que tras la imagen, hay un diseño que expande el título del libro. «Todo lo que se mueve se resiste al encierro».

El libro tiene el tamaño de una libreta de viaje. O de un diario.

Y arranca antes de la primera imagen, antes del primer texto; en la hoja legal, donde dice: «Ningún derecho reservado», y después: «Es mejor que un libro viaje a que se quede encerrado en una caja». Pienso que un libro que no inicia por el principio, tampoco termina en la última hoja: es más un trayecto, una lectura consistente, un ensayo de trayectorias que se resiste a quedarse quieto.

Después de eso, viajamos con Valeria. Pero no de un punto específico a otro. Sí de un lugar a otro, brincando entre tiempos, paseando por aeropuertos y paisajes, poniendo énfasis en su propia errancia como viajera. Así, nos vamos perdiéndonos un poco y descontrolando la brújula. Mirando fuera de los libros y las guías turísticas. Buscando aquello que propicie mirar a la realidad de perfil, o desde otro cualquier otro ángulo diferente al nuestro.

Valeria reescribe sus cuadernos de viaje. Que es como decir que re-anda sus pasos, relee sus impresiones de viajes alojadas en libretas y diarios, y muda esas palabras a otro cuaderno, a este libro rojo.

Desplaza como una forma de escribir y trazar mapas. Transcribe para generar nuevos contextos, para crear el relieve que transitaremos quienes la leemos. Hace un montaje de presencias en paisajes que ya no existen. Pero que han quedado registrados; que ha llevado consigo.

Algo que formalmente apoya el sentido de perderse entre los fragmentos, es el hecho de que ninguna página está numerada, tampoco hay índice. El camino aparece mientras lo andamos. Tal vez podría leerse salteando, generando rutas propias, conexiones inesperadas. Pero, en cualquier caso, al leer Todo lo que se mueve siempre se tiene presente el carácter físico del acto.

«Leer es un acto corporal. Escribir también lo es», dice Valeria.

Para ubicarme en su libro, dejé marcas hechas con lápiz. Me gustaría ver cómo otres lectores dejaron su propio rastro en el libro. Cómo lo anduvieron, a qué pusieron más atención, que les iluminó y les dejó pasmados en una bella incertidumbre que de tan personal logra volverse compartida.

Un libro que no está fijo, que tiende los caminos, a la contemplación silenciosa y a las orillas (no hay género que lo identifique, tanto puede ser bitácora en proceso, libro de notas, autobiografía soterrada, ensayo sobre el devenir, albúm y collage, como puede ser otra cosa), a las ventanas y las rutas excéntricas.

Un libro que hace de la impresiones, no descripciones, sino (como diría Barthes del haikú) frágiles apariciones, pinturas donde la vida insiste.

Un libro de genealogía que parece más un mapa que une debe desplegar al leer, muy en sintonía con Los errantes de Olga Tokarczuk.

Festejo la existencia y publicación de este libro-artefacto, muy personalmente, porque precisamente al recorrerlo recordé esa sensación ominosa al estar fuera de casa, al perderse en ciudades y descampados, al detenerse para observar las pequeñas cosas; y sentí, de nuevo, la calidez del regreso que sólo en las despedidas rememoramos.

«¿Podría ser el viaje una renuncia temporal a la personalidad? ¿Podría permitirnos tomar distancia del yo, relativizarnos, desidentificarnos? ¿Podría, al menos por un momento, salvarnos de la solidez y el peso de nuestro personaje? Tal vez sí … Hará falta otro viaje».

Todo lo que se mueve
Valeria Mata
Publicación de autora, 2020

— 27 de enero de 2021, CDMX

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